Ayacucho

Hoja desprendida

En los amarillos del
ocaso donde muere el
día encargué al viento
que guarde tu nombre
hasta mi retorno

Escarbé a ciegas
obscuros caminos
buscándote.
Luciérnagas
gritándome
No lo vi pasar
nunca lo vi.

Sobre praderas
desnudas de viajante
peregrino
mis castigados
andares cayeron
en el espanto

Angustias
interminables
opacaron mis débiles
fuerzas.
Volé por los aires
bajo el surco abierto
que deja huella en el
mismo cielo
para buscarte
Hermosa hoja
desprendida

He salido con el sol
de verano
lloviéndome estos
inviernos de
congeladas nostalgias.
Todo es desolación.

A mi paso he visto
diez, cien, mil
caminantes como yo
llevando en sus
alforjas
ilusiones
copiosamente
silenciadas.

Es la nada de los
caminos
El elipsis de los
tiempos.

Busco la flor silvestre
que regué con
lágrimas
encargaré tu fuerza
y mi fuerza
en sus pétalos
para decir que
¡Te he de encontrar!
¡Te encontraré!
Aunque la vida me cueste. ¡Te encontraré!

El chirrido del tren

Oigo el chirrido del tren
que viene de lejos
perturbando
mis dulces sueños.
Llevándome al serpenteo
de sus vías accidentadas.

El chirrido se perdió
En la noche oscura.
Solo el canto del río hablador
con sus golpes furiosos
como golpes del alma
vienen presagiando pesares.

Como alaridos del tiempo
oigo los ecos y suspiros
de mi alma atormentada.
Busco zafarme
de estas bridas
que me atan a la nada.

¿Dónde encuentro un amor
para asirme a él?